Las vacunas contra la COVID-19 son eficaces en reducir la enfermedad y podrían ser la principal herramienta para que los países recuperen las condiciones que les permitan superar las múltiples crisis derivadas, reveladas o profundizadas por la pandemia.
La mayoría de las vacunas desarrolladas han sido compradas o comprometidas por países ricos: EE.UU., Canadá, Israel, EAU, Australia y Japón, y otros pocos. Aunque se anticipa un incremento de la producción, el acceso a las vacunas anticovid para los países de la región depende de acuerdos bilaterales, multilaterales –con Covax y otros esquemas-, y, claro, de la oferta de mercado para quienes puedan pagarla de manera directa.
El “nacionalismo de las vacunas” en países desarrollados y el modelo de producción y distribución de las farmacéuticas genera lentitud en la producción y adquisición, desigualdad entre países, pero también desigualdad al interior de ellos, más aún en la región.
Por cuenta de la escasez y alta demanda de vacunas, se anticipan nuevos conflictos en la región pues habrá personas excluidas a su acceso por disponibilidad, logística, precio o limitaciones en los planes nacionales. Aunque se espera que la presión política movilice a los Gobiernos a mostrar resultados de su gestión promoviendo planes de vacunación.
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La adquisición de las vacunas requiere de cooperación regional para garantizar que los países más pequeños de la región no dependan únicamente de COVAX o de donaciones para alcanzar la vacunación universal contra la Covid-19. Esto se puede dar a través del fomento de negociaciones multilaterales regionales en bloque, como lo hace la Unión Europea o la Unión Africana, así como mediante donaciones o préstamos interamericanos que permita que los países inicien su vacunación o que avancen en esta de forma ininterrumpida.