América Latina y el Caribe sigue fallándole a la mitad de su población. Atrapada en una polarización que profundiza la desigualdad, la región continúa contando femicidios, agresiones, desapariciones y violencias digitales, mientras los Estados responden con migajas y retroceden en derechos, impulsando ideologías machistas, homófobas y racistas que ponen en peligro la vida de las mujeres y personas de las diversidades. Hoy, 25 de noviembre, Oxfam reafirma: la violencia contra las mujeres no es un problema doméstico, sino el mayor indicador de desigualdad y fracaso político en la región.
Hace un año, Oxfam presentó el informe Rompiendo Moldes 2, alertando sobre imaginarios y prácticas que sostienen la violencia y la desigualdad. Un año después, las cifras siguen sin mejorar. Al cierre del 2024 MundoSur reportó un aumento de 4,87 % de feminicidios frente a 2023. Persisten creencias que normalizan la subordinación: cuatro de cada diez jóvenes creen que las mujeres nacen para cuidar y que los hombres no tienen responsabilidades domésticas; más de la mitad siente que su apariencia condiciona la discriminación; y una parte significativa sigue asociando ser mujer con ser madre. Cuando estas ideas se cruzan con racismo y pobreza, la violencia se multiplica: no es lo mismo ser mujer, que ser mujer afrodescendiente, indígena y empobrecida.
Estas violencias son consecuencia directa de la inacción política y del abandono estatal. Cada niña y mujer asesinada evidencia de que el protegiéndolas. Así lo señala la CEPAL en su informe regional 2025, que insiste en que la violencia de género sigue persistiendo en la región pese a algunos avances normativo. Cuando los gobiernos miran hacia otro lado, quienes mueren primero son las mujeres en situación socioeconómica más precaria, racializadas y territorialmente marginadas. En la región, 183 millones de personas viven en condición de pobreza y 72 millones en pobreza extrema; pero el número de mujeres que viven en hogares pobres es mayor que el de hombres, “cuando una de cada cuatro mujeres no cuenta con ingresos propios, mientras que esta situación apenas afecta a menos de uno de cada diez hombres” (CEPAL 2025).
Mientras tanto, los espacios democráticos se debilitan: instituciones de igualdad desmontadas, presupuestos recortados, defensoras criminalizadas y discursos antiderechos convertidos en política de Estado. No hay democracia posible cuando los gobiernos retroceden en la protección de quienes más lo necesitan. Si la vida está en riesgo, la democracia también.
En este contexto de retrocesos democráticos, la reciente COP30 celebrada en Brasil dejó un mensaje imposible de ignorar: las defensoras ambientales y de derechos humanos son el centro y motor de la lucha climática. Desde la Amazonía hasta el Caribe, llevaron al escenario global la denuncia de extractivismos violentos, la criminalización de liderazgos comunitarios y la urgencia de poner la vida —y no los intereses corporativos— en el centro de las decisiones climáticas. Allí quedó claro que “la voz de las mujeres es la voz del planeta gritando por justicia climática en todos nuestros territorios”, recordándole al mundo que sin proteger a quienes defienden la tierra no habrá transición justa posible. Junto a las defensoras, recordamos que la esperanza no la producen los gobiernos: la sostienen defensoras y activistas.
Hoy también iniciamos los 16 días de activismo, reconociendo que en cada rincón de LAC existen colectivas, jóvenes, redes populares y comunidades que resisten y recordando que el feminismo no solo denuncia la violencia: construye presentes dignos en donde el cuidado de la vida está al centro. Ese es el horizonte: vidas libres de violencias y democracias plenas que trabajen por la justicia climática y libertades garantizadas.
En coherencia con nuestra lucha por la justicia y el derecho a vivir sin miedo, rechazamos toda forma de guerra y nos unimos al clamor global por la protección de la población civil y el fin del genocidio. La defensa de las mujeres en América Latina y el Caribe es inseparable de la defensa de las mujeres en Medio Oriente y de todos los territorios ocupados: nuestra lucha es una sola, porque la defensa de la vida es una sola. Confirmamos que “n o son nuestras diferencias las que nos separan, sino nuestros silencios” por ello, tejer redes con las mujeres palestinas no solo es importante, sino necesario.
Defender la vida no puede limitarse a nuestras fronteras. La solidaridad feminista y antirracista es transnacional. Así como las defensoras ambientales en la región arriesgan su vida por proteger sus territorios, las mujeres palestinas resisten en medio de violencia extrema que niega toda posibilidad de dignidad humana.
